Erase una vez un hombre bueno y generoso que buscaba el amor, la pareja,ese
ser especial que todos buscamos y finalmente encontramos. Sin embargo, este hombre aunque era rico, la comunidad le rechazaba
por tener la piel llena de escamas. Allá dónde iba, la piel se le caía, iba dejando huellas.
Las mujeres le querían por su dinero y lo abandonaban. Él se dejaba llevar,
porque siempre tenía un poco de esperanza, de que alguna fuese ese ser especial para él. Pero siempre su esperanza se caía
en pedazos, como sus escamas.
Un día se adentró en un bosque para pasear, se sentó en una piedra rodeada
de árboles y aquí, lloró y lloró. Se sentía sólo y con falta de cariño. Se enfadó con los dioses y las diosas y blasfemó.
Dió una patada a la piedra con ira, con lo que se hirió los dedos de los pies.
El dolor le hizó reaccionar y gritó más aún. Despertó a todo el bosque,
los duendecillos traviesos se reían y las hadas dulces fueron a buscar a la señora de la cueva. Esta mujer vivía en el bosque
desde hace muchos años y había aprendido el arte de las plantas que sanan. Ella se acercó al lugar dónde el hombre seguía
gruñendo y lo observo con una media sonrisa. Se acecó a él y le preguntó por su pie. Él se dejó curar, se estrañó de que alquién
le prestará ayuda sin nada a cambio.
Observó a la mujer y se dió cuenta que ella padecía la misma enfermedad,
que era lo único que ella no podía curar. Ya que ella podía curar a los demás, pera nunca a ella misma. Ella también iba dejando
huella por dónde pasaba, así que sus escamas empezarón a caer al mismo tiempo y a ninguno de los dos le importó. Se habían
encontrado.